Por Nino Ramella
Trascendió periodísticamente que la actual gestión municipal evalúa la posibilidad de unir las áreas de Turismo y Cultura “para reducir el gasto público”. Bienvenido el propósito de administrar con austeridad los presupuestos oficiales siempre y cuando ello conlleve un mejoramiento del rédito social, que es el imperativo irrenunciable de cualquier gestión de gobierno, sea de la jurisdicción que fuere.
Sin embargo lo único que ha trascendido de la propuesta es que busca reducir gastos. Podrían haber ensayado alguna razón que aunque resulte fácilmente rebatible intente un argumento un poco más complejo y justificador del proyecto. Pero no. Se ve que la capacidad de abstracción no es un elemento que abunde en el Palacio Municipal marplatense.
La naturaleza de la gestión cultural, concebida en nuestros días como un instrumento imprescindible en la construcción de políticas púbicas para la transformación social, abarca mucho más allá de las bellas artes.
Su dimensión, como bien concluyó la Conferencia Mundial sobre Políticas Públicas Culturales organizada por UNESCO en México en el año 1982 involucra también los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias (…) A través de ella el hombre busca incansablemente nuevas significaciones y crea obras que lo trascienden.
Eso implica un involucramiento de la dimensión cultural con todos los sectores, toda vez que posee un valor intrínseco tanto para el desarrollo como para la cohesión social y la paz. Es decir, que las políticas públicas culturales están sí o sí obligadas a vincularse estrechamente con el Turismo, la Educación, la Economía o el Deporte, tan sólo por nombrar algunas áreas de gobierno.
La realidad marplatense
En nuestra ciudad la importancia de la estructura que gestiona el área de Cultura justificó razonablemente llevarla a integrar el Gabinete Municipal con identidad y voz propias. Los cinco museos (hoy seis con la incorporación de la Casa sobre el Arroyo), el Teatro Colón, el Centro Cultural Osvaldo Soriano, la extensa y valiosa red de bibliotecas públicas, las dependencias de la Plaza del Agua, los programas sociales, el área de Preservación del Patrimonio (hoy lamentablemente en otra Secretaría), las ferias, los premios, los organismos artísticos que por entonces además de la Orquesta Sinfónica Municipal, la Banda Sinfónica y la Orquesta de Tango contaban también con el Quinteto de Piano y Cuerdas y el Quinteto de Vientos… todo eso y algunas otras actividades hacían –y hacen- que Cultura merezca su lugar en el gabinete.
Es cierto que hay municipios que juntan Turismo, Cultura y Deportes. No tienen esas áreas ni por asomo la importancia que sí tienen en nuestro Partido. Hay distritos que no cuentan ni con una sola oferta educativa y que en Cultura acaso tengan una pequeña sala de exposiciones o quizás una biblioteca. Estaría demás mencionar la importancia del Turismo en nuestra ciudad comparada con otras.
A fines de 1995 Cultura finalmente ocupó su sillón en el Gabinete convertida en Ente Descentralizado, lo que equivale a administrar su propio presupuesto. No tenía más recursos por eso. Pero podía administrarlos mejor y fijar sus propias prioridades.
Experiencia que fracasó
Pasado ese primer período de gobierno la catástrofe económica que derivó en los aciagos acontecimientos de 2001 que todos recordamos y que no tienen comparación con la actual realidad económica del Municipio, llevó a la decisión de subsumir Cultura en el Ente de Turismo. Se ahorraban así los costos de los funcionarios de Ley (contador, jefe de compras y tesorero).
En términos de gestión ambas áreas, Turismo y Cultura, padecieron el forzado matrimonio. En palabras de Don Borges, no los unió el amor precisamente. Turismo y Cultura deben ser sí, áreas que dialoguen y que trabajen en sintonía, pero sus dinámicas, sus intereses y sus lógicas son distintas, muy distintas. En aquella experiencia del Ente de Turismo y Cultura no fue precisamente la armonía lo que reinó. Y no por sus funcionarios, que eran excelentes gestores. Simplemente porque resultó imposible mezclar agua y aceite.
Con razonable lógica la Municipalidad volvió rápidamente a devolver su jerarquía a Cultura, esta vez convertida en Secretaría.
En nuestra ciudad unir Turismo con Cultura implica sencillamente degradar a Cultura. A nadie se le ocurriría poner en Mar del Plata, el más importante destino de nuestro país, a un gestor cultural a gobernar las políticas públicas en materia turística. El titular de un Ente o Secretaría que reúna ambas actividades será siempre una persona vinculada al Turismo. Y si a algún intendente se le ocurriera invertir la ecuación, es fácil imaginar la reacción de una ciudad que basa su desarrollo en el turismo receptivo.
Nadie que hable por Cultura
Ahora bien, ¿se imaginan ustedes a un hombre vinculado al Turismo defendiendo plenamente convencido la importancia de determinada política pública en materia de Cultura en una reunión de Gabinete?. No es un menoscabo a la gente que gestiona Turismo. Podríamos decir lo mismo de un gestor cultural tratando de defender cuestiones vinculadas a la comercialización turística. Es simplemente una razón de incumbencia.
¿Qué ahorramos?
Pero dejemos de costado ecuaciones teóricas y concentrémonos en las cuestiones crematísticas, única bandera que se esgrime a la hora de justificar la inacción municipal.
¿Cuál sería el ahorro con la anunciada fusión? Probablemente la diferencia de sueldo entre un secretario y un subsecretario, ya que es de suponer que a Cultura no la rebajarían más que a ese nivel. Se trata pues de una victoria a lo pirro. Desjerarquizamos el área para ahorrar monedas si lo comparamos con el presupuesto anual de Cultura. Es como querer matar un mosquito con un exocet. Salvo que piensen en echar a empleados de planta estable, los agentes municipales permanecerán en sus puestos.
¿Y si buscan recursos?
Mejor sería pensar en cómo generar recursos extrapresupuestarios o disminuir en algo la planta de funcionarios políticos. Es un mal menor si la alternativa a eso es destruir Cultura.
Se pueden procurar recursos extrapresupuestarios sin entregar principios de soberanía política al mercado. Históricamente se han hecho acuerdos con el sector privado que financian actividades sin sacrificar bandera alguna. La actual gestión municipal justamente forma parte de un nucleamiento político que no es precisamente temeroso de la participación empresaria.
Claro que para eso se necesitan gestores. Personas que piensen estrategias, las definan y sepan cómo concretarlas.
Si siguen administrando con el simplista criterio de apelar a la única solución del recorte basada en el ya remanido y hastiante argumento de la pesada herencia (les recuerdo que hubo períodos, muchos, harto más graves que el presente) sólo nos quedará pedir a los marplatenses que el último apague la luz.